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La llegada de los italianos a la Argentina

Antes del año 1830 no existen casi registros formales de quienes ingresaron a América en calidad de inmigrantes. Sin embargo, sí han quedado plasmados testimonios transmitidos a las sucesivas generaciones, por quienes vivieron en esa época.

En Buenos Aires, los conventillos constituyeron los espacios por excelencia en donde se agrupaban y habitaban, mayoritariamente, los inmigrantes italianos. Ya asentados, la comunicación con los nativos argentinos se tornaba difícil y engorrosa; de este intercambio a diario se fueron constituyendo sincretismos entre ambas lenguas, lo cual resultó en un modismo lunfardo denominado, entre los italianos, como cocoliche.

Si bien todos portaban una misma identidad en materia de nacionalidad, los grupos representantes de cada pueblo reflejaban sus particularismos. Así, desde la óptica local, ya no se hablaba de “italianos” genéricamente, sino de piamonteses, calabreses, firulanos, genoveses…

Por aquélla época, Italia padecía la falta de tierras y la emigración se asoció fundamentalmente al logro de la subsistencia. Dentro de los grupos que partían, sobresalían los integrantes de las clases bajas, sin calificación y analfabetos en su mayoría, como campesinos, peones y artesanos. En nuestro país, este movimiento era referido como de “fuga de masas”.

Ya a principios del siglo XIX, Italia cuenta con aproximadamente 18 millones de habitantes.
Al interior del país se distingue una marcada diferencia entre las condiciones del norte, más específicamente Piamonte, y las del sur, Calabria y Sicilia, no sólo en sus características geográficas sino, y sobre todo, en relación a sus condiciones sociales y económicas.

Uno de los factores considerados para incentivar el movimiento migratorio en esta época, se relaciona con el notable crecimiento demográfico. Cabe notar que muchos de los intelectuales de entonces, sobre todo aquéllos que también eran activistas y apoyaban al régimen del imperialismo, afirmaban que lo más conveniente era impulsar la emigración hacia las regiones colonizadas, a fin de prevenir una posible hambruna por causa del colapso de los recursos disponibles en relación al número de la sociedad de consumo.

Es así como se produjo una segunda gran oleada migratoria hacia América. En ambos períodos, la mayoría se produjo mediante a entrada por el Puerto de Buenos Aires y por el de Rosario, en segunda instancia.

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